Tercer premio:
Informe sobre un Festival literario con barbijo
Juan Ángel Cabaleiro
Cuando el Petiso
Ordeñana, otra vez reelegido para la intendencia, me hizo llamar con la promesa
de un «interesante ofrecimiento de la parte de cultura», sentí que el orgullo y
la vanidad se me desbocaban, como ocurre al menor estímulo en todo escritor.
Cuando me reuní con él y me explicó que se trataba de la organización del International Festival of Literature of
Ranchillos, pensé que era joda, que esos corceles de la vanidad y el
orgullo apuntaban directo al primer barranco. Sobre todo, porque no se trataba
de la ciudad que gobernaban alternativamente él y su hermano desde hacía años,
sino de otra localidad vecina, ínfima, que nada tenía que ver con la de ellos. O
eso creía yo. ¿Desde cuándo los petisos Ordeñana tenían injerencia en
Ranchillos? Como si me hubiera leído el pensamiento, intervino:
―Tengo gente mía
en ese municipio ―aclaró―. Ranchillos es nuestro, al igual que muchas
localidades del Sur y del Este. Nosotros controlamos todo desde acá, más de lo
que vos te podés imaginar.
Era cierto. La
influencia política de los petisos venía creciendo imparable desde hacía
tiempo, y por algún motivo conseguían conquistar fácilmente las voluntades.
―Entiendo ―dije―, y
me parece bien que se organice un festival literario, pero ¿por qué eligen
Ranchillos como sede en lugar de hacerlo acá?
Era una pregunta
molesta, que lo sacaba un poco del asunto. Ordeñana pareció dudar, se reclinó
en su sillón inmenso de intendente, y me concedió una explicación algo lacónica
y ceremoniosa:
―Porque queremos
llenar Ranchilllos de réplicas, en el fondo es eso; al igual que el resto de
las localidades. Forma parte de nuestro plan estratégico, una idea de largo
alcance. Réplicas, réplicas de todo el mundo; no solo edificios emblemáticos,
sino personalidades. Pero esos son temas políticos, vos abocate a lo tuyo y
decime si te interesa el proyecto.
Me interesaba, por
supuesto, pero en el orden de la mera curiosidad, porque me parecía inverosímil
semejante propuesta. Dije:
―Vamos por partes.
¿A qué viene un nombre como ese? ¿Por qué en inglés?
―Porque sería un
festival internacional. El inglés es el idioma universal, se habla en todo el
mundo. ¿No sabías eso vos, acaso? The
International Festival of Literature of
Ranchillos… ―repitió altisonante, haciendo un gesto con la mano, como si
subrayara la frase en el aire. El petiso pronunciaba bien internashional y féstival,
pero se hacía un quilombo con literature.
Me quedé en blanco,
la verdad. Conocía bien la obsesión de los petisos Ordeñana por las réplicas y
las estatuas, pero no le encontraba relación con el proyecto del festival. Iba
a decirle que Ranchillos y el inglés, como lengua, no combinaban, pero no supe
encontrar un argumento que no se apoyara en prejuicios. Yo no conocía
Ranchillos, pero sabía que era un pueblo mínimo y prácticamente iletrado, como
el propio Petiso. Todo era muy raro.
―¿Y quiénes
participarían? ―pregunté.
―Todos los
escritores. Los más polenta ―dijo y manoteó unos papeles que tenía sobre el
escritorio. Me mostró una lista, escrita con lapicera en una hoja de cuaderno.
La letra del Petiso era trémula y algo infantil, típica de los intendentes del
sur de la provincia. Figuraban nombres ilustres: Vargas Yosa, García Marques, Estifen King, varios premios nobel…,
decía.
―García Márquez
murió ya ―objeté.
Ordeñana agarró
una lapicera y tachó con cuidado ese nombre.
―Listo. Bien, en
estas cosas es importante que nos colabores, ¿ves? De todas maneras, a esta lista
hay que alargarla mucho, para eso te llamé. Vos te encargarías de meter unos
veinte tipos, ponele. Alguna mina también, no sé si habrá escritoras mujeres…
―¡Claro que hay!
―repliqué de inmediato, indignadísimo. Iba a decirle más cosas, pero me cortó
en seco.
―Bueno, bueno… Vos
agregarías gente, entonces, los mejores, te encargarías de armar una lista bien
jugosa.
Me entró la
curiosidad, verdaderamente, y en el fondo, tenía una leve esperanza de que algo
se hiciera, de que el municipio terminara organizando alguna cosa de la que
pudiera morder algún beneficio. Por algo me había llamado, y no sería para
perder el tiempo.
―¿Escritores de
todo el mundo? ―pregunté con temor.
―Claro, es un
Festival Internacional. Ya te dije.
Estábamos en su
despacho, tomando unos cafés con leche. Me impresionaron las paredes, repletas
de cuadritos con fotos de los Petisos Ordeñana con gente famosa. Los Ordeñana,
además de petisos, eran muy parecidos, y ambos gobernaban por turnos el
municipio con idénticos arrebatos de megalomanía. Eran famosas las réplicas de
monumentos de todo el mundo que se iban agregando en una especie de museo al
aire libre, a la entrada de la ciudad. La gente los quería o de alguna forma
los consideraba inevitables, y todo el mundo parecía sufragar con pasmo sus
delirios.
―Les va a salir
carísimo, ¿de cuánto presupuesto estamos hablando?
―Mucho, casi dos
palos: nos financia la nación con unos fondos que hay para cosas culturales,
pero joden con que sean de libros y temas así. Vos poné a todos. Los más
importantes. Lo que yo necesito es alguien que me haga la lista de los
escritores…
―Pero con la
cuarentena va a ser imposible. Supongo que lo estarán planificando para el año
que viene.
―¿Cómo el año que
viene? Es para ahora, en cuanto tengamos todo listo lo lanzamos. Va a ser todo
virtual, por supuesto. Todo por internet. Eso nos da grandes posibilidades, y
lo único que se necesita es una computadora.
―De todas formas,
va a ser complicado localizar a esa gente. Serán personas muy ocupadas, me
imagino. Y ver si están dispuestos a…
―No, no, vos no me
estás entendiendo. Lo que tenés que hacer es la lista, solo los nombres. Y después me pasás fotos de los tipos,
y algunos videos ―dijo y se quedó un instante pensativo―... Mirá, te explico: la
idea es hacer réplicas vivientes. No vamos a poner a los escritores reales,
sino a imitadores. Yo tengo un grupo de gente que trabaja para mí y que son de
fierro. De la más absoluta confianza. Ellos se van a hacer pasar por los
escritores. Total, todo el festival se va a hacer por internet, como si cada
uno estuviera hablando desde su casa. ¿Me explico? Hay que buscar a gente más o
menos de la edad, y con algún parecido físico, claro. Habrá que maquillarlos
también. Caracterizarlos para que se parezcan a los escritores originales, lo
más posible…
Sentí una especie
de levísimo desvanecimiento o mareo, pero me repuse enseguida. Le di un trago
al café con leche y me resigné a que la voz del Petiso me embriagara con sus
dislates. Entonces entendí algo; el mundo se me reveló como un gran teatro, y comprendí
que yo estaba participando de esos instantes misteriosos y mínimos en los que
alcanzamos a ver el detrás de escena, cómo se urde todo a espaldas de los
ingenuos.
―Pero, Ordeñana,
se van a dar cuenta…
―Imposible. Van a
estar todos con barbijo puesto, ¿te pensás que soy boludo, yo? El barbijo te
tapa media cara. Además, para el tema de la voz les vamos a poner traductores
simultáneos. Fingidos, por supuesto. Solo va a salir al aire la voz del
traductor. Y en eso también vamos a necesitar tu intervención, para redactar
los discursos de cada uno. Más o menos vos te imaginarás lo que pueden llegar a
decir.
―¿Y los que hablan
en castellano? A esos se le va a reconocer la voz. O no se la van a reconocer,
mejor dicho, salvo que sea un imitador muy bueno.
―No, no. Todos van
a hablar en inglés, por eso es un festival internacional. Todos van a tener
traductor simultáneo. Ya te dije que solo se va a oír la voz del traductor. La
voz del tipo queda tapada.
―Un intérprete,
dice usted. El que hace ese trabajo es un intérprete, más que traductor.
―Está bien,
intérprete, ¿ves? Todos esos detalles los tendrías que revisar vos. Ese sería
tu trabajo. Que salga todo perfecto.
Me quedé pensando,
eligiendo entre las múltiples imposibilidades para señalarle alguna. Dije:
―Pero los propios
autores denunciarían el fraude. Van a negar que sean ellos los que participan…
―No tienen cómo
enterarse. Por eso van a ser tipos muy importantes, que nos queden lejos. No
tienen cómo enterarse porque el Festival se va a difundir solo en Ranchillos y
algunos pueblos más de la zona, y esa gente no tiene idea de nada, son como
niños, ¿no te das cuenta que nos votan a nosotros?
Había algo
increíble en los petisos Ordeñana, algo fuera de toda comprensión sociológica o
humana. En eso estábamos cuando lo llamaron al celular. El Petiso se demoró
bastante arreglando otros asuntos, y me dio tiempo a mirar los cuadritos de la
pared, terminar el café con leche, recuperarme parcialmente de la sorpresa por
lo que me había contado, y evaluar de alguna manera la respuesta que le daría.
Me imaginaba un falso Festival, con un impostado Arturo Pérez-Reverte, por
ejemplo, hablando en inglés de su experiencia literaria, contando las típicas
anécdotas como corresponsal de guerra en su juventud, halagando su última
novela… todo en la voz de un intérprete simultaneo con tonada vernácula, bien
tucumana, que en realidad leería textos elaborados por mí. Y en la pantalla, un
empleado de los petisos Ordeñana, un poco delgado y calvo, con un barbijo estrafalario
ocultándole el rostro. ¿Alguien se lo tragaría? ¿Algún participante indignado
denunciaría el fraude?
―Disculpame ―dijo,
guardando de nuevo el celular―. Bueno, ¿qué te parece la idea?
―El tema del
barbijo no me convence. Si es virtual la charla, ¿por qué usarían barbijo?
―Para dar el
ejemplo. Sería una consigna que acompañaría todo el Festival. El uso permanente
del barbijo: «Usalo siempre, como hace Fulano». Algo así. Es una condición que
nos ponen para largarnos los fondos de la nación. Eso, y que hablen de libros.
―Y ese dinero, que
es bastante, ¿adónde iría, en realidad? ―pregunté con descaro, aunque ya me
temía la respuesta.
Los ojos del
Petiso brillaron, como en una enloquecida ensoñación.
―Nosotros no nos
quedamos ni un peso. Los desviaríamos, por supuesto, pero para destinarlos
íntegramente a la construcción de réplicas. Haríamos las réplicas de cada
escritor. Estatuas de cada uno, y las pondríamos en el parque. Y de más
escritores, que iríamos poniendo por todo Ranchillos.
Me dio miedo. El
dislate mostraba ya dimensiones patológicas, de cierto peligro, tal vez. Me
puse de pie, y estaba a punto de decirle que no, que no aceptaba, cuando
anunció:
―Y haríamos una
réplica tuya, por supuesto. Una estatua de cuerpo entero con tu figura. Una
estatua que quedaría para siempre en
un lugar destacado, en la plaza principal, iluminada con un par de reflectores
y una placa de bronce…
Tomé asiento otra
vez, derrotado, sometido sin condiciones al repentino encantamiento del Petiso,
al poder hipnótico de su proyecto. Imaginando los primeros nombres que
agregaría a esa lista, y con unas ganas locas de ponerme a trabajar.
***
Me gustó, ¿basado en una experiencia real? Está muy bien logrado el tono soberbio, pedante, egocéntrico, prejuicioso y condescendiente del narrador, ¡es una voz muy auténtica la que lograste! Sólo que siendo un cuento "muy en clave tucumana" hubiera esperado más respeto por nuestra forma de hablar, por ejemplo cuando dice "Claro, es un Festival Internacional. Ya te dije" tendría que ser "Ya te he dicho". De todos modos felicitaciones por ganar el TERCER premio!
ResponderEliminarMuchas gracias, Anónimo, por tu comentario. Coincido plenamente con tu observación.
EliminarMuy buen cuento, Profe. ¡Felicidades por el premio!
ResponderEliminar¡Gracias, Elena!
EliminarMuy interesante (y bastante creíble) el "detrás de escena" que presenta el relato.
ResponderEliminarMuchas felicidades.
¡Muchas gracias!
EliminarMe gustó mucho por lo actual del tema y por mostrar que todos, escritores o no cedemos a nuestro narcisismo
ResponderEliminar¡Muchas gracias por leer el cuento y por el comentario!
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