10 diciembre 2020

Informe sobre un Festival literario con barbijo

  

Tercer premio: 

Informe sobre un Festival literario con barbijo

                                                                                                                  Juan Ángel Cabaleiro

Cuando el Petiso Ordeñana, otra vez reelegido para la intendencia, me hizo llamar con la promesa de un «interesante ofrecimiento de la parte de cultura», sentí que el orgullo y la vanidad se me desbocaban, como ocurre al menor estímulo en todo escritor. Cuando me reuní con él y me explicó que se trataba de la organización del International Festival of Literature of Ranchillos, pensé que era joda, que esos corceles de la vanidad y el orgullo apuntaban directo al primer barranco. Sobre todo, porque no se trataba de la ciudad que gobernaban alternativamente él y su hermano desde hacía años, sino de otra localidad vecina, ínfima, que nada tenía que ver con la de ellos. O eso creía yo. ¿Desde cuándo los petisos Ordeñana tenían injerencia en Ranchillos? Como si me hubiera leído el pensamiento, intervino:

―Tengo gente mía en ese municipio ―aclaró―. Ranchillos es nuestro, al igual que muchas localidades del Sur y del Este. Nosotros controlamos todo desde acá, más de lo que vos te podés imaginar.

Era cierto. La influencia política de los petisos venía creciendo imparable desde hacía tiempo, y por algún motivo conseguían conquistar fácilmente las voluntades.

―Entiendo ―dije―, y me parece bien que se organice un festival literario, pero ¿por qué eligen Ranchillos como sede en lugar de hacerlo acá?

Era una pregunta molesta, que lo sacaba un poco del asunto. Ordeñana pareció dudar, se reclinó en su sillón inmenso de intendente, y me concedió una explicación algo lacónica y ceremoniosa:

―Porque queremos llenar Ranchilllos de réplicas, en el fondo es eso; al igual que el resto de las localidades. Forma parte de nuestro plan estratégico, una idea de largo alcance. Réplicas, réplicas de todo el mundo; no solo edificios emblemáticos, sino personalidades. Pero esos son temas políticos, vos abocate a lo tuyo y decime si te interesa el proyecto.

Me interesaba, por supuesto, pero en el orden de la mera curiosidad, porque me parecía inverosímil semejante propuesta. Dije:

―Vamos por partes. ¿A qué viene un nombre como ese? ¿Por qué en inglés?

―Porque sería un festival internacional. El inglés es el idioma universal, se habla en todo el mundo. ¿No sabías eso vos, acaso? The International Festival of Literature of Ranchillos… ―repitió altisonante, haciendo un gesto con la mano, como si subrayara la frase en el aire. El petiso pronunciaba bien internashional y féstival, pero se hacía un quilombo con literature.

Me quedé en blanco, la verdad. Conocía bien la obsesión de los petisos Ordeñana por las réplicas y las estatuas, pero no le encontraba relación con el proyecto del festival. Iba a decirle que Ranchillos y el inglés, como lengua, no combinaban, pero no supe encontrar un argumento que no se apoyara en prejuicios. Yo no conocía Ranchillos, pero sabía que era un pueblo mínimo y prácticamente iletrado, como el propio Petiso. Todo era muy raro.

―¿Y quiénes participarían? ―pregunté.

―Todos los escritores. Los más polenta ―dijo y manoteó unos papeles que tenía sobre el escritorio. Me mostró una lista, escrita con lapicera en una hoja de cuaderno. La letra del Petiso era trémula y algo infantil, típica de los intendentes del sur de la provincia. Figuraban nombres ilustres: Vargas Yosa, García Marques, Estifen King, varios premios nobel…, decía.

―García Márquez murió ya ―objeté.

Ordeñana agarró una lapicera y tachó con cuidado ese nombre.

―Listo. Bien, en estas cosas es importante que nos colabores, ¿ves? De todas maneras, a esta lista hay que alargarla mucho, para eso te llamé. Vos te encargarías de meter unos veinte tipos, ponele. Alguna mina también, no sé si habrá escritoras mujeres…

―¡Claro que hay! ―repliqué de inmediato, indignadísimo. Iba a decirle más cosas, pero me cortó en seco.

―Bueno, bueno… Vos agregarías gente, entonces, los mejores, te encargarías de armar una lista bien jugosa.

Me entró la curiosidad, verdaderamente, y en el fondo, tenía una leve esperanza de que algo se hiciera, de que el municipio terminara organizando alguna cosa de la que pudiera morder algún beneficio. Por algo me había llamado, y no sería para perder el tiempo.

―¿Escritores de todo el mundo? ―pregunté con temor.

―Claro, es un Festival Internacional. Ya te dije.

Estábamos en su despacho, tomando unos cafés con leche. Me impresionaron las paredes, repletas de cuadritos con fotos de los Petisos Ordeñana con gente famosa. Los Ordeñana, además de petisos, eran muy parecidos, y ambos gobernaban por turnos el municipio con idénticos arrebatos de megalomanía. Eran famosas las réplicas de monumentos de todo el mundo que se iban agregando en una especie de museo al aire libre, a la entrada de la ciudad. La gente los quería o de alguna forma los consideraba inevitables, y todo el mundo parecía sufragar con pasmo sus delirios.

―Les va a salir carísimo, ¿de cuánto presupuesto estamos hablando?

―Mucho, casi dos palos: nos financia la nación con unos fondos que hay para cosas culturales, pero joden con que sean de libros y temas así. Vos poné a todos. Los más importantes. Lo que yo necesito es alguien que me haga la lista de los escritores…

―Pero con la cuarentena va a ser imposible. Supongo que lo estarán planificando para el año que viene.

―¿Cómo el año que viene? Es para ahora, en cuanto tengamos todo listo lo lanzamos. Va a ser todo virtual, por supuesto. Todo por internet. Eso nos da grandes posibilidades, y lo único que se necesita es una computadora.

―De todas formas, va a ser complicado localizar a esa gente. Serán personas muy ocupadas, me imagino. Y ver si están dispuestos a…

―No, no, vos no me estás entendiendo. Lo que tenés que hacer es la lista, solo los nombres. Y después me pasás fotos de los tipos, y algunos videos ―dijo y se quedó un instante pensativo―... Mirá, te explico: la idea es hacer réplicas vivientes. No vamos a poner a los escritores reales, sino a imitadores. Yo tengo un grupo de gente que trabaja para mí y que son de fierro. De la más absoluta confianza. Ellos se van a hacer pasar por los escritores. Total, todo el festival se va a hacer por internet, como si cada uno estuviera hablando desde su casa. ¿Me explico? Hay que buscar a gente más o menos de la edad, y con algún parecido físico, claro. Habrá que maquillarlos también. Caracterizarlos para que se parezcan a los escritores originales, lo más posible…

Sentí una especie de levísimo desvanecimiento o mareo, pero me repuse enseguida. Le di un trago al café con leche y me resigné a que la voz del Petiso me embriagara con sus dislates. Entonces entendí algo; el mundo se me reveló como un gran teatro, y comprendí que yo estaba participando de esos instantes misteriosos y mínimos en los que alcanzamos a ver el detrás de escena, cómo se urde todo a espaldas de los ingenuos.

―Pero, Ordeñana, se van a dar cuenta…

―Imposible. Van a estar todos con barbijo puesto, ¿te pensás que soy boludo, yo? El barbijo te tapa media cara. Además, para el tema de la voz les vamos a poner traductores simultáneos. Fingidos, por supuesto. Solo va a salir al aire la voz del traductor. Y en eso también vamos a necesitar tu intervención, para redactar los discursos de cada uno. Más o menos vos te imaginarás lo que pueden llegar a decir.

―¿Y los que hablan en castellano? A esos se le va a reconocer la voz. O no se la van a reconocer, mejor dicho, salvo que sea un imitador muy bueno.

―No, no. Todos van a hablar en inglés, por eso es un festival internacional. Todos van a tener traductor simultáneo. Ya te dije que solo se va a oír la voz del traductor. La voz del tipo queda tapada.

―Un intérprete, dice usted. El que hace ese trabajo es un intérprete, más que traductor.

―Está bien, intérprete, ¿ves? Todos esos detalles los tendrías que revisar vos. Ese sería tu trabajo. Que salga todo perfecto.

Me quedé pensando, eligiendo entre las múltiples imposibilidades para señalarle alguna. Dije:

―Pero los propios autores denunciarían el fraude. Van a negar que sean ellos los que participan…

―No tienen cómo enterarse. Por eso van a ser tipos muy importantes, que nos queden lejos. No tienen cómo enterarse porque el Festival se va a difundir solo en Ranchillos y algunos pueblos más de la zona, y esa gente no tiene idea de nada, son como niños, ¿no te das cuenta que nos votan a nosotros?

Había algo increíble en los petisos Ordeñana, algo fuera de toda comprensión sociológica o humana. En eso estábamos cuando lo llamaron al celular. El Petiso se demoró bastante arreglando otros asuntos, y me dio tiempo a mirar los cuadritos de la pared, terminar el café con leche, recuperarme parcialmente de la sorpresa por lo que me había contado, y evaluar de alguna manera la respuesta que le daría. Me imaginaba un falso Festival, con un impostado Arturo Pérez-Reverte, por ejemplo, hablando en inglés de su experiencia literaria, contando las típicas anécdotas como corresponsal de guerra en su juventud, halagando su última novela… todo en la voz de un intérprete simultaneo con tonada vernácula, bien tucumana, que en realidad leería textos elaborados por mí. Y en la pantalla, un empleado de los petisos Ordeñana, un poco delgado y calvo, con un barbijo estrafalario ocultándole el rostro. ¿Alguien se lo tragaría? ¿Algún participante indignado denunciaría el fraude?

―Disculpame ―dijo, guardando de nuevo el celular―. Bueno, ¿qué te parece la idea?

―El tema del barbijo no me convence. Si es virtual la charla, ¿por qué usarían barbijo?

―Para dar el ejemplo. Sería una consigna que acompañaría todo el Festival. El uso permanente del barbijo: «Usalo siempre, como hace Fulano». Algo así. Es una condición que nos ponen para largarnos los fondos de la nación. Eso, y que hablen de libros.

―Y ese dinero, que es bastante, ¿adónde iría, en realidad? ―pregunté con descaro, aunque ya me temía la respuesta.

Los ojos del Petiso brillaron, como en una enloquecida ensoñación.

―Nosotros no nos quedamos ni un peso. Los desviaríamos, por supuesto, pero para destinarlos íntegramente a la construcción de réplicas. Haríamos las réplicas de cada escritor. Estatuas de cada uno, y las pondríamos en el parque. Y de más escritores, que iríamos poniendo por todo Ranchillos.

Me dio miedo. El dislate mostraba ya dimensiones patológicas, de cierto peligro, tal vez. Me puse de pie, y estaba a punto de decirle que no, que no aceptaba, cuando anunció:

―Y haríamos una réplica tuya, por supuesto. Una estatua de cuerpo entero con tu figura. Una estatua que quedaría para siempre en un lugar destacado, en la plaza principal, iluminada con un par de reflectores y una placa de bronce…

Tomé asiento otra vez, derrotado, sometido sin condiciones al repentino encantamiento del Petiso, al poder hipnótico de su proyecto. Imaginando los primeros nombres que agregaría a esa lista, y con unas ganas locas de ponerme a trabajar.


***



8 comentarios:

  1. Me gustó, ¿basado en una experiencia real? Está muy bien logrado el tono soberbio, pedante, egocéntrico, prejuicioso y condescendiente del narrador, ¡es una voz muy auténtica la que lograste! Sólo que siendo un cuento "muy en clave tucumana" hubiera esperado más respeto por nuestra forma de hablar, por ejemplo cuando dice "Claro, es un Festival Internacional. Ya te dije" tendría que ser "Ya te he dicho". De todos modos felicitaciones por ganar el TERCER premio!

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    1. Muchas gracias, Anónimo, por tu comentario. Coincido plenamente con tu observación.

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  2. Muy buen cuento, Profe. ¡Felicidades por el premio!

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  3. Muy interesante (y bastante creíble) el "detrás de escena" que presenta el relato.
    Muchas felicidades.

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  4. Me gustó mucho por lo actual del tema y por mostrar que todos, escritores o no cedemos a nuestro narcisismo

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  5. ¡Muchas gracias por leer el cuento y por el comentario!

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